El estrés fisiológico ante situaciones puntuales que pueden amenazar nuestra vida es perfectamente normal y adaptativo, pero cuando la situación de estrés se prolonga a lo largo del tiempo, hablamos de distrés.
El estrés crónico afecta el metabolismo energético y el bienestar emocional, disminuyen la vitalidad.
El estrés genera numerosas reacciones en el organismo que requieren mucho oxígeno: los bronquios se dilatan y aumenta la frecuencia de la respiración; los músculos están permanentemente tensos; aumentan el pulso y la presión sanguínea; el corazón debe incrementar su potencia de bombeo; se liberan en mayor cantidad las hormonas del estrés, como la adrenalina, el cortisol y la noradrenalina.
Si no permitimos que el organismo se recupere de esta situación, llegamos a un estado de estrés permanente; en el que se van consumiendo las reservas de energía y micronutrientes del cuerpo de forma progresiva. Esto puede conducir a un agotamiento crónico, síndrome de burnout u otras enfermedades causadas por el estrés.
De la misma manera, un aporte insuficiente de minerales, y vitaminas, en particular vitaminas del grupo B, puede provocar cansancio y fatiga. Esto puede afectar tanto a personas mayores como a personas con demandas aumentadas por su situación profesional y familiar y cuyos hábitos alimenticios son desequilibrados y se ven afectados por una dieta restrictiva.
Para reponer los depósitos de energía y contribuir al funcionamiento normal del sistema nervioso, el cuerpo necesita descanso, ejercicio físico moderado y un aporte de micronutrientes adecuado con minerales como el magnesio y vitaminas del grupo B.
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